sábado, 14 de febrero de 2015

OPINIÓN: José Aledón Esbri


Jose Aledón Esbrí 

Jose Aledón Esbrí ha publicado: "¿Es la guerra parte de la condición humana? No hablamos de

episodios espontáneos de agresividad conducentes a actos violentos. Hablamos de GUERRA, es decir,

de la neutralización o destrucción CUIDADOSAMENTE PLANIFICADA de los recursos humanos y

materiales de otra sociedad. En la historia de la Humanidad ha habido breves períodos de paz

 “universal” (?) incrustados en milenios trufados de guerras. ¿Es esa cruenta cronicidad evitable?

Si los expertos determinan que las guerras son evitables, la sociedad CIVIL Y SUS REPRESENTANTES


deberemos trabajar para que ello sea posible, como ocurre con la lucha contra las epidemias. Si, por el

contrario, se llega a la conclusión de que la guerra es inevitable, ¿no sería oportuno reflexionar sobre

cómo gestionar esa inevitabilidad para que CAUSE EL MENOR DAÑO POSIBLE A LA SOCIEDAD CIVIL (y, 

sobre todo, a su parte más débil: niños y ancianos) que la padece?

El asunto es lo suficientemente serio y terrible como para no bromear sobre él. No quisiera pues que


estas palabras sonaran a cínica humorada sobre un hecho tan horrible y devastador. Tampoco son

fruto de una enajenación mental transitoria de quien esto escribe. Son, más bien, una invitación a

pensar y a actuar para todos y cada uno de nosotros en el tan cacareado siglo XXI.

Hay en el planeta zonas deshabitadas (todas pertenecientes a alguna nación) como para instalar en


ellas lo que podríamos llamar GUERRODROMOS, si se me permite la expresión, en los que neutralizar o 

destruir los efectivos MILITARES humanos y materiales de cualquier nación o grupo de naciones que 

quieran hacer buenas las palabras del Sr. Von Clausewitz («La guerra es la continuación de la política 

por otros medios»). Naturalmente, esos efectivos militares humanos deberían construirse 

exclusivamente con un criterio de VOLUNTARIEDAD y PROFESIONALIDAD. Nada de levas forzosas. 

Deberían ser lugares sólo para GUERREROS. Su extensión debería ser la suficiente, pongamos 

100.000 km2, como para desplegar todos los ingenios ideados para destruir, inutilizar y matar que esa 

parte científica y técnica de las sociedades desarrolladas diseña y crea silenciosamente.

También podrían edificarse núcleos “urbanos” para poner a prueba las capacidades técnicas y 

humanas de cada contendiente, eso sí, ocupados exclusivamente por personal militar. De esa manera, 

el “complejo industrial-militar” internacional podría seguir funcionando viento en popa pero librando de 

sus horribles efectos a esas vastas multitudes que siempre y, ahora mismo, los sufren injustamente.

Tales “guerrodromos” podrían estar ubicados en distintos continentes de manera que los gastos 


logísticos de los contendientes fueran sostenibles y, por supuesto, tutelados y arbitrados por un 

organismo internacional con la suficiente autoridad y solvencia, no permitiendo en el “terreno de 

juego” más que a los profesionales. 

La nación o grupo de naciones vencido deberá acatar el resultado de esa “continuación de la política 


por otros medios”. Eso mismo sucede si recurrimos a los tribunales, en este caso incruentos, para 

dirimir diferencias. Incluso en su vertiente cruenta, en la Edad Media, se recurría a los llamados 

“duelos judiciales” en liza o “campo cerrado”, en los que, personalmente O POR DELEGACIÓN, se 

apelaba a la justicia CON LAS ARMAS EN LA MANO, quedando físicamente indemnes las familias de los 

contendientes.

No hay nada nuevo bajo el sol. 

Bien mirado, el asunto no es tan descabellado como pueda parecer, pues, a diferencia de otras 


épocas, hoy trabajamos en un lugar, nos divertimos en otro, nos atienden si enfermamos  o morimos 

en otro distinto y nos exhiben, después de muertos, en otro totalmente ajeno a nuestro anterior 

entorno habitual.

Se puede pues, guerrear en otro aislado y distante. 

Si resulta – lo que está por ver – que la guerra está grabada a fuego en el ADN social, mejor será que 


la sociedad civil la aísle en esos “campos cerrados” a propósito y aplique con creatividad el lema 

zapatista (de Emiliano Zapata, no confundir) “La guerra para quien la trabaja”. ¡Salud y libertad!" 







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